Una tradición que resiste el paso del tiempo y que combina creencias populares, saberes originarios y un deseo compartido: espantar los males del invierno y atraer la salud.
Cada 1° de agosto, miles de personas en todo el país abren el día con un gesto que no figura en ningún calendario oficial, pero que lleva siglos vigente: un trago de caña con ruda en ayunas, un ritual con raíces guaraníes que combina una planta medicinal con una bebida alcohólica fuerte para formar un amuleto líquido contra los males del invierno.
La costumbre, que atraviesa regiones, generaciones y contextos, se basa en un antiguo conocimiento indígena: los pueblos originarios atribuían a la ruda —una planta de aroma intenso y sabor amargo— propiedades curativas, protectoras y espirituales. Con el tiempo, se sumó la caña blanca, capaz de conservar la esencia de las hierbas y potenciar sus efectos. El resultado: una bebida sencilla, pero cargada de significado.
Cómo se prepara
La receta es fácil, aunque requiere tiempo: se colocan ramas de ruda macho —preferentemente frescas— dentro de una botella de caña blanca. Luego, se deja macerar durante al menos una semana en un lugar fresco y oscuro, aunque muchas personas prefieren prepararla con un mes o más de anticipación para intensificar su sabor y propiedades.
El 1° de agosto, apenas amanece, se bebe un pequeño trago en ayunas. Hay quienes afirman que deben tomarse tres sorbos seguidos, sin interrupciones, para sellar el efecto protector.
Más allá de las variantes en la preparación, lo que permanece es el sentido del ritual: crear un momento de pausa y conexión con el cuerpo, con la historia familiar, con los saberes ancestrales. Cada sorbo lleva consigo un deseo: salud, fortaleza, renovación.
Un legado que perdura
El origen del ritual se vincula con la necesidad de enfrentar las inclemencias del mes más duro del año. Para los pueblos originarios, agosto representaba un tiempo de enfermedades, escasez y muerte. La caña con ruda emergió como una forma simbólica de resistencia: no solo una bebida, sino una respuesta cultural frente a la adversidad.
Hoy, esa tradición convive con nuevos escenarios: redes sociales repletas de posteos, ferias donde se comercializa la bebida ya lista, talleres de medicina natural y encuentros comunitarios.
Sin embargo, conserva su esencia: la idea de que un acto pequeño, hecho con conciencia, puede ofrecer protección y sentido.
La caña con ruda es, en definitiva, un puente entre lo ancestral y lo contemporáneo. En tiempos de inmediatez y desconexión, este gesto simple recuerda algo profundo: seguimos siendo parte de una historia que se transmite no solo en palabras, sino también en rituales que resisten el paso del tiempo.