Crónica de una periodista ecuatoriana en Argentina. Del oficio a la pasión de los fuegos, la mixtura cultural y las tradiciones que se cruzan.
Soy ecuatoriana y nací en Guayaquil, pero vivo en Buenos Aires desde hace 18 años. Nunca tuve problemas para adaptarme, sobre todo en el tema de la comida. Reconozco que al comienzo extrañé, los ceviches, el encebollado, la torta de maduro, los patacones, el helado de coco y sobre todo la variedad de frutas que luego con el paso de los años, empezaron a venderse algunos productos ecuatoriano. Posteriormente me di cuenta que me quedaban dos caminos: Seguir con nostalgia permanente, o meterme en modo argento culinario.
Empecé a hacer de mis tertulias y compré tartas, como postre la chocotorta, el famoso salpicón de ave y en alguna navidad, el Vittel Toné. Si bien es cierto que cuando llegué, comía asado, carne roja después no lo hice por tema digestivo.
Mi amor por la cocina argentina, reconozco que surgió cuando me enamoré de un argentino. Un buen día mi pareja con tan solo dos meses de conocernos, me dijo en su cocina con tono muy cariñoso: ¿“Acaso no piensas prepararme algo de comer”?…
Recuerdo que al regresar a mi casa muy estresada, le escribí a una amiga, le conté que me sentía preocupada porque no dominaba nada de la cocina argentina. Yo solo sabía hacer platos ecuatorianos y sin mucho profesionalismo. El ceviche de camarones era lo mejorcito que había hecho.
En un mes me puse las pilas y mi versión del famoso tuco, me quedó espectacular. Al comienzo usé pure de tomate de los que venden en el supermercado y es tan ácido que ni con bicarbonato ni azúcar, se le va ese sabor tan artificial. Consulté a una chef argentina que vive en España y me recomendó que lo preparara con tomates frescos, esos que acá se llaman tomate perita.
Empecé a licuarlos sin semilla, condimenté con orégano, sal, hoja de laurel y mucho amor.
Con la cuchara de madera, moví la salsa con bajo fuego, hasta que empezó a espesar y mi corazón también se emocionó. La primera prueba de fuego, fue cuando le dije a mi novio: “Necesito que pruebes”. Me moría de miedo que, al ver su cara, fuese como destrozar mis ilusiones, pero cuando sus ojos, evocaron satisfacción plena, mi alma pudo levitar. Desde ese entonces mi salsa tuco, se convirtió en un clásico. Aproveché esa temporada baja del precio de tomates que ahora está por las nubes.
Otro gran desafío, fue elaborar la infaltable tarta pascualina, suele ser algo muy fácil para los que dominan la técnica, pero descubrí como hacer que la acelga esté firme, no tire tanto líquido. La cociné con poca agua y un hervor de diez minutos, escurrida perfectamente.
Luego el arte de sofreír cebolla, hasta que tome un color dorado, no agregar el morrón, ajo y todas las especias. Mi favorita es el pimentón y la cúrcuma, pero sé que a varios argentinos no les gusta mucho los condimentos.
Además no podía faltar mi salsa bechamel casera, nada de esas de sobre, amo ponerle nuez moscada y no uso mantequilla, para que sea más saludable. Luego de tener varios huevos duros, el relleno y la salsa, viene el reto de poner las tapas que al comienzo se me desparramaban pero que luego pude colocarlas perfectamente. Con el repulgue correspondiente.
Los retos fueron en ascenso y mi prueba de fuego fue hacer el famoso “guiso de lentejas”. Decidí seguir al pie de la letra una receta que publicó un diario argentino. Tenía a la mano todos los ingredientes. La lenteja la remojé en agua un día antes, chorizo colorado, panceta, carne y luego sofreí como siempre los morrones, cebolla, ajo. Usé aceite de oliva como una gran herramienta del sabor.
Me llevó bastante tiempo la elaboración, al final, agregué papa, zanahoria, y el infaltable perejil que antes lo regalaban en la verdulería y ahora cuesta 2.000 pesos. Realmente una locura pero era necesario para que tuviese un gran sabor. Y como siempre, llamé a mi probador oficial para que diera su veredicto. Cocino sin sal y espero que me diga cuánta necesito para que el plato esté listo.
Si su cara de alegría y de papilas gustativas eran pura endorfina cuando probó por primera vez mi tuco. Al ver su alegría desbordada con el guiso de lentejas, no me quedo más que sentirme orgullosa, como cuando obtuve mis primeros diez kilómetros en el 2015. Me había graduado en cocina argentina. Atrás quedo esa ecuatoriana que no sabía cocinar nada argento.
Reconozco que el amor mueve montañas y atrae todas las cacerolas para motivarse. Ahora cada día me pregunto: ¿”Qué nueva receta preparar”?
Este fin de semana me lanzó con canelones y ya estoy pensando en hacer pizza, pero con todos los detalles, nada de masa pre fabricada. Creo que voy por buen puerto y quién dice que algún día, dejo el periodismo por el maravilloso arte de la cocina.